El Refín.
Echando tortilla,
Por Ale Pancha
Controversial
Como cada lunes, desde hace casi 4 años, ya bien entrada la
tarde, con los quehaceres resueltos, la casa en orden y los ánimos en lo alto,
me dispongo con mi hijo (de casi 5 años) a limpiar el maíz para poner el
nixtamal y dejarlo reposar en la noche. Una de las actividades centrales en
casa es moler y echar tortilla en cada comida. Eso que parece tan complicado,
tan artesanal, tan “hippie”, tan indígena, tan ilusorio, es nixtamal, molino,
masa, comal, tortilla. Habrá quien ha de creer que paso el día entero dando
vueltas ocupándome de las labores domésticas, y pues claro, teniendo tiempo y
estando en casa, cómo no iba yo a poder limpiar el maíz, cocerlo, lavarlo,
molerlo, amasarlo y hacer tortillas. Pero resulta que no. Aparte de mamá y ama
de casa soy profesionista independiente y docente universitaria. Divido mi
tiempo en muchas cosas, y no me sobra.
Desde que tengo uso de razón la tortilla es parte de mi
alimentación; obvio, soy mexicana. Desde que tengo memoria, las tortillerías
ostentan orgullosas el lema “100% maseca” en sus paredes rotuladas con pintura
amarilla y verde. Claro, el maíz es negocio. En tiempos recientes el maíz,
herencia mesoamericana, identidad gastrocultural del mexicano, dejó de ser una
semilla pura, pero pocos lo sabemos.
Debido a las recientes tecnologías de manipulación genética,
muchas semillas base de la alimentación humana, entre ellas el maíz, han sido
modificadas en laboratorio con el objetivo de favorecer las macroproducciones
de bajo costo que garanticen la hinchazón de las cuentas bancarias de unas
cuantas empresas trasnacionales. El incompetente gobierno mexicano, sus
incompetentes funcionarios y las incompetentes agroregulaciones que nos rigen,
han permitido solo en lo que va de 2012 la importación de cerca de 15 millones
de toneladas de maíz transgénico (GMO por las siglas en inglés de genetically
modified organism), dejando de lado la producción campesina nacional y
favoreciendo las tendencias económicas ajenas al beneficio público. Dice Miguel
Concha en su artículo del 29 de septiembre pasado: El Gobierno se olvida que el
punto clave para lograr la seguridad alimentaria es garantizar que la
producción de maíz esté unida al respeto de los pueblos, e incentivar que el
campo mexicano produzca los alimentos y el maíz que México necesita.
Este año se dieron a conocer los resultados de un estudio
del científico francés Gilles-Éric Séralini en el que se comprueba que la
ingesta durante más de dos años de maíz transgénico favoreció la aparición y
crecimiento de tumores mortales en organismos vivos de laboratorio. Nuestro
gobierno ha otorgado al menos 177 autorizaciones para siembra y cultivo de maíz
transgénico en el país, mientras que los campesinos y sus milpas mueren de
hambre, sed y deudas.
Entre más leo y me informo, más me obligo a alzar la voz.
Maseca, el mayor productor de harina de maíz a nivel mundial (y responsable de
la mayor cantidad de tortillas que se consumen en México) hace muchos años
mezcló el maíz criollo mexicano con el transgénico más barato. Claro, el maíz
es negocio. Cuando Maseca quiso exportar harina de maíz al Lejano Oriente se
topó con una muralla pues China ha sido el único país que le impidió
explícitamente ingresar harina proveniente de maíz transgénico a su país, lo
mismo pasó con PepsiCo al impedirle ingresar frituras de maíz de origen
transgénico. En China ¿cuánta tortilla se consumirá? En México, ¿quién y por
qué permiten que consumamos harina de maíz transgénico?
Pero bueno, me dirán los defensores a ultranza de la
agrotecnología y los sistemas económicos actuales que cada quién es libre de
utilzar la semilla que más le convenga para sus producciones y productos.
¡Claro! Pero de lo que no son libres es de decidir no informarme a mí, el
consumidor, si sus materias primas están manipuladas genéticamente y conllevan
un riesgo potencial e inminente para mi salud. Si las cajetillas de tabaco
tienen unas imágenes espeluznantes a manera de advertencia, creo que los
costales y tortillerías de Maseca deberían también ostentar fotos de las ratas
llenas de tumores. Ya estará en mí decidir si compro y consumo. A final de
cuentas, el meollo del asunto no es que te quieran vender un maíz transgénico
sino que estés informado de qué es y puedas decidir si te lo comes, o no.
Yo por lo pronto sigo comprando mis costales de maíz criollo
y cada lunes me encargo de perpetuar la herencia milenaria del maíz enseñando a
mi hijo a limpiar, cocer, moler y amasarlo como Centéotl manda; aunque poco
tiempo me quede para todo lo demás.
He decidido dejar de solo quejarme y empezar a actuar