“La luz del arte iluminará los innumerables
corazones con un amor nuevo.” “En un principio, este sentido vendrá
desapercibido, pero más tarde este sentido limpiará toda la conciencia humana.”
“Cuántos corazones jóvenes están buscando
algo bello y auténtico. Dádselo, pues. Dadle el arte al pueblo, que el arte le
pertenece.” Es la frase de Nikolái Roerich, artista ruso defensor de la cultura
por y para los pueblos del Mundo.
Promotor de acuerdos internacionales que
protegen el Patrimonio Cultural desde la llamada Ética Viva, Roerich concibió
al arte como la salvación de la humanidad, al entender que la belleza de la
creatividad entregada a las generaciones; podría transformar su entorno.
Aunque la obra humanista de Roerich ha
perdurado en el tiempo y el espacio, por otro lado, los sistemas que nos
oprimen celebran con muros de concreto y enfrentamientos bélicos, las
diferencias “aparentemente” irreconciliables entre las naciones. El arte en sus
diversas manifestaciones, se ocupa de enseñarnos, que aún existiendo diversidad
de lenguas, costumbres, y religiones, lo esencial para unos y otros, es
sencillamente inherente a todos.
Frente al silencio que aburría a los primeros
hombres sobre la tierra, las pinturas rupestres como primera manifestación
artística, la escultura en sus representaciones más originarias, y que luego
evolucionaría en las Artes Plásticas, todo ello como respuesta. También la
música en sus aspectos rituales o ceremoniales permitió a nuestros lejanos
ancestros, no solamente no aburrirse, sino enrolarse con actividades que les
unificaban; más allá de los quehaceres habituales.
Siempre el arte, desde su origen arcaico
hasta su estación vanguardista, ha sido un punto de unión entre las personas,
permitiendo identificarse.
Si entendemos que el arte, surge inicialmente
como esa necesidad de crear, y se perfecciona hasta el momento de construir su
propia dialéctica, que está a su vez, derriba los atavismos sembrados por los
sistemas de gobierno, entendemos entonces; que no hay nada más revolucionario
que el arte mismo.
Los síntomas que el arte produce en las
personas, contrastan duramente con la visión de la Babel Bíblica, lugar donde
supuestamente Dios, confundió a la humanidad como castigo a la indecible
soberbia que la envenenaba. Un sitio deplorable y triste, donde la gente no se
entiende, porque buscan en el otro, el espejo de sí mismos. Anestesiados por
quienes gobiernan el mundo, hemos aceptado que nuestras diferencias, basadas en
cuestiones raciales o territoriales, parezcan irreconciliables. Esa es la
visión de Babel o Babilonia, identificada apocalípticamente como “la gran
ramera”; la confusión como castigo.
Hasta el momento, no he conocido a ninguna
persona que no se haya conmovido ante el influjo de la música, y la cito,
porque es junto a la Danza, probablemente la más universal de todas las artes.
Innumerables experimentos sociológicos han permitido demostrar, que en lugares
concurridos si se toca música o se baila de manera inesperada, se logra
provocar catarsis en los asistentes. Las personas reaccionan favorablemente
unas con las otras ante las notas musicales, dejando de lado, al menos mientras
dura el performance, las diferencias entre unos y otros.
Una cosa es reconocer el concepto de
nacionalidad, que implica pertenecer a un territorio con lenguaje propio,
tradiciones, organización interna que permite diferenciarse de otras. Cosa muy diferente es segregar,
entendiendo esta definición, como separar a una cosa de otra, de la que forma
parte. Podría entenderse que segregación, es solamente actuar de forma racista
o por motivos religiosos conformando grupos de aislamiento, aún en contra de su propia voluntad, pero
no es así; Segregar es mucho más que eso.
Separar a los pueblos de su cosmovisión
originaria, equivale sin duda, a arrancar a un niño del pecho de su madre. Es
un acto violento y socialmente arbitrario, que conduce a una sociedad a caminar
ciega ante su devenir. Pisotear los credos o costumbres de los pueblos indígenas
de América, retirándolos de sus lugares de reunión, atacar sus formas de
supervivencia en pos de un carísimo desarrollo, eso es segregación. Permitir
que la violencia entre los países del orbe, tenga como fundamento el odio
racial, justificando con ello la guerra y el genocidio, es un acto supremo de
segregación también.
Pero
en la vida íntima de las personas, aislar, violentar, o perseguir
socialmente a otros, en razón de sus ideologías, es un acto de segregación, que
de ninguna manera debe pasar desapercibido.
Es bajo este punto de vista, que el arte como
movimiento universal unificador según Roerich, adquiere un peso tremendo, pues
surge como respuesta a la arbitrariedad que genera esa violencia ideológica, de
la que hemos sido víctimas durante siglos. Si ya dijimos que inicialmente el
arte, se enfrenta al silencio de los primeros hombres, y luego se perfecciona
como el vehículo de comunicación en que se hoy se ha convertido, podríamos
decir entonces, que el punto de unión entre los hombres, podría ser el arte
mismo, e incluso, su propia salvación. Hoy que el Imperialismo, amenaza con
regalarnos otra guerra, no debemos dejar de lado esa profunda reflexión.
En una ocasión, cuando me encontraba
charlando con un hombre de rancho de poca instrucción, me di a la tarea de
escuchar frente a él “Al claro de luna”, bella composición de Debussy. Debo
decir que lo hice de manera incidental, solo para comprobar lo que dentro de mí
ya suponía. El hombre se mostro complacido con la música sin saber porque, y
claramente, sin tener ninguna noción de quien era Debussy. Es más, debo decir
que ante su insistencia, tuve que repetir el tema del CD tres veces, porque
aquel hombre sencillo, los disfrutaba tanto como yo. A partir de entonces y
como nunca, comprendí que la mayoría de los grandes artistas, le habían
regalado su obra a la humanidad, sin que ella misma lo supiera, o le importara;
que triste.
También creció en mí la aberración por los
sistemas opresores, que con el terrorismo político que los caracteriza, han convencido a los súbditos de
respaldar leyes perniciosas de uso de armas y guerra sin fin. Me parece que esos sistemas que mantenemos
contra nuestra voluntad, se asemejan a esa terrible Torre de Babel, que alguna
vez un rey abusivo comenzó a construir. Es una construcción creada a partir de
la sangre y el miedo, bajo la absurda tesis de aislar, perseguir a todo aquello
que no se le parezca. Si la creación de aquel enorme edificio, motivo la
confusión de los pueblos, podemos entonces decir que esa misma torre; sigue creciendo hoy día.
Al igual que la ominosa torre, los sistemas
opresores no se construyen solos, sino con la ayuda de quienes participan de
sus bondades. Cada persona que odia, persigue, censura y mata a otro por razón
de diferencias que considera irreconciliables, es un constructor de aquella
torre invisible. Cada ser humano que calla frente al abuso ostensible o la
injusticia, es también un promotor de la segregación.
Por otro lado, el sistema que controla los
mercados financieros y los medios, nos ha vendido la idea de que vivimos en una
sociedad inmejorable, donde los protocolos sustituyen a la comunicación, y se
promueve la flojera mental de niños y jóvenes. Ese mismo sistema, ha dejado sin
hogar a cientos de personas en las recientes crisis inmobiliarias que hemos
enfrentado, son ellos, quienes han depredado el Patrimonio Histórico de la
Humanidad, destruyendo
hogares o centros
ceremoniales de los pueblos indígenas.
¿Hacia dónde caminaremos sin una cosmovisión
que promueva el respeto a la diversidad de los demás frente a nosotros? ¿Por
qué se nos educa en la cultura del reemplazo y no de la construcción? ¿Es la
depredación el altísimo costo de la comodidad?
Cuando ni las escuelas, ni los gobiernos,
mucho menos los líderes religiosos o políticos nos brindan una respuesta
aceptable, sigue siendo el arte, bajo la misma perspectiva de comunión, la
solución a todas esas diferencias.
Habrá que sacar a las orquestas de las
aburridas salas de concierto donde la gente se duerme, acercarlas a los
pueblos, para que estos, entiendan que la creación es un regalo de Dios que no
tiene precio. Habrá que mostrarles a los niños, que crear además de combatir el
aburrimiento, combate la injusticia y revoluciona a las sociedades, de líderes asesinos y opresores, la
humanidad está más que harta.
Solo a través de una revolución que parte de
la conciencia individual de cada persona, se podrá motivar el gran cambio que
dentro de su torturada cotidianeidad, el Mundo requiere. Es ahí, donde de nueva
cuenta el arte según Roerich, cobra nueva fuerza.
Mientras la indiferencia reine en nuestros
corazones, la sombra de Babel seguirá acrecentándose sobre nosotros, como el
misterio de un espectral pasado que se niega a morir, ¡No construyamos más esos
aberrantes muros!